lunes, 17 de enero de 2022

Cantigas en memoria de Chirstopher

 ¡Hilarante y gloriosa la que se dió

contra el suelo desde el campanario! 
En él se aplicaba rezando el rosario
cuando, Christopher, se obcecó.

(I)
Guardaba como el más preciado hábito,
en medio de sus frecuentes jaculaciones,
sentarse dócilmente a los pies del lecho,
zascarse dos o tres latigazos de provecho
y aliviar de inmediato las hinchazones
dejándose caer hacia atrás, como ingrávido.


El intenso placer que se proporcionaba
recostando su dolor en la sábana fría,
a Christopher dulcemente le reconfortaba,
mas, en conciencia, dicha práctica reprobaba,
porque tal vez así la ofrenda reducía,
al ser la penitencia prontamente consolada.


Por ponerse alguna suerte de traba
pensó el iluso -¡malaya fue la hora!-
Buscar un piadoso lugar que le ayudara
a ser, por fin, "penitente sin mejora".


Y así, cuando ya languidecía la tarde,
-¡iluminado!- se puso en marcha sin demora,
y dirigiose hacia la torre, en fatuo alarde,
asiendo al paso rosario y cantimplora.


Como sabiamente cantara el trovado:
"Presto se toman absurdas decisiones
cual si todo lo hubiéramos madurado,
que luego nos conducen, por huevones,
a patear como loco en un sembrado".


Lo que a continuación le sucedió,
creo que lo intuiréis fácilmente,
pero no está de más que os lo cuente
por si algún despistado se perdió.


(II)
Del relato paso a tocar solo lo importante:
En lo que para él fue sin duda una semana,
consiguió Christopher subir hasta la campana,
igual que si hubiera coronado un ocho mil.
La escalada le dejó dolorido y renqueante;
su paso, en la horizontal, harto vacilante;
con un ánimo feroz de maltratar su cama
o, en su defecto, tumbarse en lo fresco a morir.


En medio de finos resuellos
nuestro héroe así susurraba:
"Ya todo me importa nada,
pues rebuscando no encuentro
cosa que usar como almohada;
algo que me alivie, un ungüento,
o, cuando menos, mi pomada"


¡A quién se le ocurre, alma cántaros,
con ese cuerpo repleto de mollas,
lanzarse lelo a conquistar Troya,
endilgándose ciento cincuenta peldaños!


Nadie sabe de cierto tras cuanto tiempo
hallóse el pobre, al fin, más recuperado.
Viéndose allí en lo alto, desparramado,
se incorporó lentamente con gran tiento,
y al asomarse apenas a la ventana
con el claro fin de recuperar el aliento,
justo enfrente, componiéndose en su aposento,
creyó percibir a una bella y casi desnuda dama.


Aunque fuera escaso su ánimo de baile,
sabemos que un dulce a nadie amarga,
y aún menos con aquellas piernas tan largas...
Tanto rizo y tanta curva, desubicaron al fraile.


A decir verdad, pareció que del calor se sobrepuso
y decidió ponerse rezar mientras se hacía unos largos
de lado a lado de la torre, o como poco intentarlo,
por que su devota excursión no se tornara en abuso.


Mas, como saben vuesas mercedes por experiencia,
primero se aplaca el sexo, y luego la conciencia.


Así, entre tanto caminaba, ya que a veces le tocaba,
aún entornando los ojos, dar de bruces con la escena,
por mucho que rezara y en su mente suplicara,
allí no cabía mas nada que la carnes de la nena.

(III)
Fue en uno de tales tropiezos,
Cuando a la ventana regresaba,
Que vio cómo la diosa escudriñaba
abiertas de piernas frente al espejo.


Trocado por fin el fraile en pendejo,
asomóse al ventanal cual equilibrista,
Estirando el cuello y forzando la vista
para que no le pillara tan lejos.
Sus escasas dotes de funambulista
Le hicieron perder pie, como por embrujo,
según todo el pueblo dedujo
al no descubrir ninguna otra pista.


La coplas cantaron con desparpajo
que, al caer, se enganchó en la barandilla.
Un instante colgó del reves, cual badajo,
suficiente para escarnio de toda la villa,
pues, entre la sotana, asomábale erecto: el carajo.


El cura del pueblo, como era tan básico,
en su tumba escribió el siguiente epitafio:
"Aquí yace el Santo Cristobalón
-así lo llamaban coloquialmente.
Abolló el suelo con la frente
tras sufrir un gran calentón".
- * -